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Cuando las consideraciones feministas psicoanalistas o
historicistas dejan de ser comprobaciones posibles de hechos para transformarse
en sistemas del mundo, se convierten en adversarios espirituales de nuestro
tiempo, o en refiriéndose a la mujer concreta, que se realiza en las relaciones
sociales, la encastran en una situación y aniquilan lo femenino como esencia
porque crean una alienación subsidiaria y peculiar dentro del cuadro de la alienación
general del hombre.
La mujer “tota in útero” de la clínica del siglo pasado y
comienzos de éste, la mujer ‘'macho castrado” del psicoanálisis, la sin naturaleza
específica del historicismo culturalista, son abstracciones producto de una ideología
cerrada sobre sí misma.
Contra esta cosmovisión la mujer sólo puede preservar su
identidad por la valorización de lo femenino, actividad que se cumple en todo
humano — valorización de lo masculino para el hombre— por medio del trabajo, y
que se clarifica con la toma de conciencia del papel de la clase en las relaciones
sociales, del individuo en su clase y en las relaciones sociales.
A la inversa de lo acaecido hasta ahora, que las teorías de
la ideología determinan papel, funciones y alcances de la feminidad, e imponen
esquemas abstractos que suplantan la realidad, los hombres deben clarificar,
expresar y sistematizar los valores del individuo: femenino o masculino, y
destacar su situación complementaria — sin oposición de base— en el concierto
de la humanidad.
Cuando el feminismo se pervierte en doctrina totalitaria y
se convierte en la otra cara del machismo — perversión totalitaria de la
masculinidad-—-, se produce el fenómeno extraño de oposición frontal de dos
fuerzas cuyo significado real y esencial es de oposición dialéctica que se
traduce en la práctica por complementariedad.
Merani, A. L. (1977). La condición femenina. Editorial Grijalbo.
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