viernes, 8 de mayo de 2009

Tratamiento conductual y funcionamiento educativo e intelectual en niños autistas

O. Ivar Lovaas
Universidad de California, Los Angeles.

El autismo es un grave trastorno psicológico con aparición en la primera infancia. Los niños autistas presentan un vínculo emocional mínimo, habla inexistente o anormal, CI retardado, conductas ritualistas, agresividad y autolesiones. La prognosis es muy pobre y las terapias médicas no se han mostrado efectivas. En el presente artículo se describen los resultados del tratamiento de modificación de conducta en dos grupos de niños autistas con características similares. Los datos del seguimiento sobre un grupo de tratamiento experimental a largo plazo (n = 19) mostraron que el 47% alcanzaba un funcionamiento intelectual y educativo normal, con puntuaciones dentro de un espectro normal de CI y un buen rendimiento en el primer curso de la escuela pública. Otro 40% eran retrasados leves y fueron asignados a clases especiales para refuerzo lingüístico, y tan sólo el 10% eran retrasados profundos y fueron asignados a clases para autistas/retrasados. En contraste, sólo el 2% de los niños del grupo control (n = 40) alcanzaron un funcionamiento educativo e intelectual normal; el 45% eran retrasados leves y se ubicaron en clases de refuerzo lingüístico, y un 35% eran retrasados profundos y fueron asignados a clases de autistas/retrasados.

Kanner (1943) definió a los niños autistas como niños que presentan los siguientes rasgos: a) una grave incapacidad de desarrollo de relaciones con otras personas antes de los 30 meses de edad, b) problemas en el desarrollo normal del lenguaje, c) conductas ritualistas y obsesivas (“insistencia en la monotonía”), y d) un potencial para la inteligencia normal. En otros trabajos, se ha proporcionado una definición conductual más completa (Lovaas, Koegel, Simmons y Long, 1973). La etiología del autismo se desconoce, y su resultado es bastante pobre. En un estudio de seguimiento sobre niños autistas, Rutter (1970) apuntó que tan sólo el 1,5% de su grupo (n = 63) alcanzó un funcionamiento normal. Un 35% presentaba un ajustamiento regular o bueno, normalmente precisaban de algún tipo de supervisión, experimentaban alguna dificultad con las personas, no tenían amigos personales y mostraban rarezas menores en la conducta. La mayoría (más del 60%) continuó con discapacidades graves y vivían en hospitales para personas con retraso mental o psicótico, o en otros ambientes protectores. Las puntuaciones en CI permanecieron estables a lo largo del estudio. Otros estudios (Brown, 1969; DeMyer et al., 1973; Eisenberg, 1956; Freeman, Ritvo, Needleman y Yokota, 1985; Havelkova, 1968) aportan datos similares. Se considera que las puntuaciones más altas en las pruebas de CI, habla comunicativa y juego adecuado son prognósticas de un mejor resultado (Lotter, 1967).
Las terapias con orientación médica y psicodinámica no se han mostrado efectivas en la alteración de tales resultados (DeMyer, Hingtgen y Jackson, 1981). No se ha llegado a identificar etiología alguna de entorno anormal en las familias de los niños (Lotter, 1967). Actualmente, el tratamiento más prometedor para las personas autistas es la modificación conductual que deriva de la teoría moderna del aprendizaje (DeMyer et al., 1981). Los resultados empíricos de la intervención conductual con niños autistas han sido tanto positivos como negativos. En cuanto a los resultados positivos, el tratamiento conductual puede elaborar conductas complejas, como el lenguaje, y puede ayudar en la supresión de conductas patológicas como la agresión y la conducta autoestimuladora. Los clientes alcanzan buenos resultados en diferente grado, pero los logros del tratamiento se hallan en proporción con el tiempo dedicado.

En un proyecto de intervención conductual (iniciado en 1970 por Lovaas) que pretendía maximizar los logros del tratamiento conductual con un tratamiento de los niños autistas durante la mayor parte de las horas de vigilia durante muchos años. El tratamiento abarcaba todas las personas significativas en todos los entornos significativos. Además, el proyecto se centraba en niños autistas muy jóvenes (menores de 4 años), ya que se asumió que era más probable que los niños más pequeños no discriminaran los diferentes entornos y, por tanto, generalizarían y mantendrían los logros del tratamiento. Finalmente, se asumió que sería más fácil la integración de un niño autista en la etapa preescolar que no un niño mayor en la etapa primaria.
Podría ser útil establecer un hipotético resultado del presente estudio desde una perspectiva del desarrollo o del aprendizaje. Puede asumirse que los niños normales aprenden de sus entornos cotidianos durante las horas de vigilia. Los niños autistas, en cambio, no aprenden de entornos similares. Establecimos la hipótesis que la elaboración de un entorno de aprendizaje especial, intenso y exhaustivo para los niños autistas más jóvenes permitiría que algunos de ellos alcanzaran el mismo nivel que sus compañeros hasta el primer curso de primaria.

Bibliografía
Journal of Consulting and Clinical Psychology”, 1987, Vol 55, No 1, 3-9