viernes, 31 de julio de 2020

Las pseudociencias

Las pseudociencias según Mario Bunge (1985) se caracterizan:

Primero por tener una comunidad de creyentes, no de investigadores, por ser apoyadas no por su carácter científico sino por ser un buen negocio, contener ítems imaginarios, admitir argumentos de autoridad, o modos paranormales de conocimiento accesible solo a los iniciados, o a los entrenados para interpretar ciertos textos canónicos, o un ethos que, lejos de ser el de la libre búsqueda de la verdad de la profundidad y de la sistematicidad, es el de la defensa obstinada del dogma, si es necesario, con ayuda del engaño o la violencia.

Segundo, no respetan la lógica, y los modelos matemáticos son la excepción y, cuando han sido propuestos, han resultado incomprobables o falsos, contribuye poco a las ciencias del conocimiento, tener problemas mal planteados (por tener supuestos falsos) y típicamente (aunque no siempre) prácticos más que cognoscitivos, contener números hipótesis incontrastables o incompatibles con hipótesis científicas bien confirmadas (leyes).

Tercero, no contienen leyes propiamente dichas, sus objetivos son típicamente prácticos, antes que cognoscitivos como corresponde al carácter predominante práctico de las problemática y no contiene objetivos característicos de la investigación científica: la búsqueda de leyes, sistematización en teorías, y la utilización de estas para explicar y predecir, poseer métodos incontrastable y no hace experimentos ni admite crítica.

Por último, la pseudociencia no tiene parientes próximos, salvo quizá otra pseudociencia, con los que pueda interactuar fructíferamente, o sea la pseudociencia está prácticamente aislada: no existe un sistema de pseudociencias paralelo al de las ciencias.

 

Además, Bunge resalta que la pseudociencia es peligrosa porque:

a) intenta hacer pasar especulaciones desenfrenadas o datos no controlados por resultados de la investigación científica,

b) da una imagen equivocada de la actitud científica,

c) contamina algunos campos de conocimientos en particular las ciencias blandas y las humanidades,

d) es accesible a millones de personas (en tanto que la ciencia genuina es difícil y por esto está reservada a unos poco)

e) goza del apoyo de poderosos grupos de presión —a veces iglesias y partidos políticos— y goza de la simpatía de los medios de comunicación.

 

Gómez, J. A. T. (2015). La farsa del neuromarketing. Revista e-ikon2(1), 2-9.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Alguna pregunta?